Esta búsqueda me conmovió hasta los huesos.
¿Cómo no apiadarse de alguien que le pide comida a Google?
Porque no buscó "lugares donde dan comida" o "como conseguir morfi".
No, el individuo fue claro: dame billete tengo hambre.
Este grado de desesperación es solamente comparable al de los locos que les hablan a las estrellas, al de los que esperan sin remedio el apocalipsis bíblico o al de los que publican cositas en internet convencidos de que alguien del otro lado va a leerlas.
Me imagino a esta persona presionando el botón buscar y quedándose a la espera de que asome un billete por la ranura de la lectora de CD.
Ojalá que Google atienda su pedido.
¡Cuántas noches de frío y hambre habrá pasado esta pobre persona, envuelta en un raido y mugroso sobretodo de friza, con las manos enfundadas en guantes de lana que le faltan algunos dedos, calzado con unos viejos zapatos sin suela, calentándose junto al fuego encendido en un tambor de aceite en el brumoso aire bajo un puente y tratando de no temblequear tanto mientras efectúa la búsqueda en su notebook con wi-fi!
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