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Quiero creer que lo que a mi me pasa le sucede a también a las demás personas.
A los que no me conocen, les cuento que soy rubio, alto, tirando a flaco, lampiño, de piel por lo general pálida y facciones germánicas.
Pero cuando me saco una foto salgo totalmente distorsionado.
La semana pasada salí en una foto tomada en el casamiento de mi hermana con grandes mostachos, treinta o cuarenta kilos encima, totalmente pelado y con tatuajes en el cuello. Me reconozco, no obstante, porque recuerdo con nitidez el momento en que fue tomada.
Por ejemplo en el carnet de conductor salí con piercing en los labios, nariz chata, pelo con motas, piel negrísima y unos dientes relucientemente blancos.
Y en el DNI -y ojo que ahí hasta figura la huella del pulgar derecho- la foto salío con labios pulposos, largas pestañas, finísimas cejas y definitivamente parezco una mujer con todas las letras.
Y no es cuestión de que estén cambiando las fotos: si me tomo una con el celular, automáticamente en la pantalla aparezco tuerto, narigón, deformado o con los dientes para afuera, o todo eso en combinaciones absurdas.
Yo tengo muy en claro quien soy, cuáles son mis padres biológicos y hasta cuarto grado conozco las personas de las que desciendo.
Sin embargo, me parece que las fotos que me tomo no son mías, que alguien me está ocultando algo, que mis fotos son adoptadas.
Si los aborígenes pensaban que las fotos les robaban parte del alma, yo estoy empezando a creer que en cada foto que me tomo me están enchufando un pedazo de un alma indeseable, que se quieren sacar de encima. Cuantas más fotos me saco, más me siento un basurero de almas.
Quisiera devolver esos retazos de alma, pero primero debo averiguar de quienes son parientes mis fotos.