¡Pero qué viejo hijo de puta!
Sabe que estamos esperando para cobrar la herencia, y al turro le agarran ataques cardíacos, lipotimias, hipertensión, infartos cerebrales, paros respiratorios, desmayos, caídas desde el balcón del décimo piso... ¡Y no se muere!
Para colmo, el otro día empezó a gritar como si tuviera un soponcio, ¡Y cuando lo vamos a ver, el muy guacho se estaba cagando de risa! ¡Encima nos toma el pelo!
No puede ser, así no se puede vivir en esta incertidumbre.
Un día está que se muere; nos preparamos para llorar su pérdida; nos gastamos la herencia a cuenta... ¡Y al otro día está lo más bien!
¿Cómo podemos sobrellevar estos sobresaltos?
¿Cómo haremos para pagar todo lo que compramos a crédito?
Por lo menos, si sé cuándo se muere, puedo pagar el crédito con un pagaré con la fecha precisa. Pero así no se puede.
Es que este es el país de la imprevisión.
(Esta búsqueda apunta a este mismo blog)
Viaje a Cuzco
Hace 10 años
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Estimado lector, aunque no lo creas, es así: Los ancianos mueren.
Siempre.
Algunos niños mueren, otros se hacen jóvenes.
Algunos jóvenes mueren, otros se hacen adultos.
Algunos adultos mueren, otros se hacen ancianos.
Pero los ancianos mueren siempre, ya que no tienen alternativa de convertirse en otra cosa.
La certeza de que el óbito ha ocurrido, en cambio, es de los más sencillo. Sólo hay que revisar sus signos vitales.
Si desde el 2007 que viene con la duda, debe tener atrofiado el sentido del olfato.
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