La verdad que la fiesta de quince de mi hija se me está yendo de las manos.
Sabía que los servicios te cobraban por todo, pero no pensé que era tan así.
Empezaron cobrándome el salón, la comida y los souvenirs.
Una vez que pagué, me llamaron para avisarme de los "adicionales obligatorios": pata de ternera a la madrugada, souvenirs personalizados y manteles de raso. "Jefe, son tres pesitos más por persona, ¿qué le cuesta?", argumentaban. Como ya les había pagado una gran parte, no tuve más remedio que aceptar.
Después, me encajaron un show de magia, mariachis, sommeliers y champagnes caros. "No sea ortiba, jefe, cinco mangos por cabeza, déle"
Eso no fue todo.
"Ah, ¿también van a querer sentarse? Porque las sillas no se las cobramos todavía, jefe. Y ¿van a comer con cubiertos o así nomás? Porque la vajilla también hay que pagarla. Otra cosita, jefe, ¿necesitan que prendamos las luces del salón, o se arreglan a oscuras? Mire que la luz no es gratis, ¿eh?"
Pagué peso por peso. Pagué aparte por el pan, por los mozos, las cucharitas del helado, la salsa de los panqueques, el "tiernizado" del matambre y las velitas de la torta ("jefe, si su hija va a soplar las velas eso tiene otro precio"). Pero lo que no voy a pagar, ni mamado, es el vals.
"Mire, jefe, que si no lo paga aparte el disc jockey no pone el vals"
Que no lo pongan, pero no me van a sacar un peso con ese curro.
¡A mí me van a engrupir!